3 de diciembre de 2014




Llegó un momento en que mis nervios, que esos días estaban a flor de piel, estuvieron a punto de traicionarme ante la insistencia de ella por saber que es lo que me había sucedido estos últimos días en los que no había dado señales de vida. Pero yo traté de convencerla, que no era por falta de ideas, que en mi cabeza bullían muchas, demasiadas. Hasta se lo llegué a jurar por lo más sagrado. Como también le dije que tampoco era por pereza, porque son tantas las cosas que hacer que apenas me dejan el suficiente tiempo para ponerme a ello. Y aún así, le prometí que haría lo posible por seguir cumpliendo mi compromiso. Sin embargo, ella siguió torturándome con su discurso, que si pasaba demasiados días encerrado, que si necesitaba airearme, relajarme un poco, hacer algún tipo de terapia alternativa, para meditar, para encontrarme a mí mismo, con mi yo, y todas esas zarandajas. «Tejeda, no seas terco y ponte en marcha» me repetía de manera machacona. Y yo, en un momento de desesperación, en el que ya no podía aguantar más su monserga, le dije que me dejara en paz, que al fin y al cabo ella era invisible, y que como tal, no tenía derecho a organizar la vida de una persona real como yo. Creo que por eso se enfadó y sin decirme nada tomó las medidas correspondientes con las que me había amenazado muchas veces. Y mandó a todos esos tipos que, tras presentarse en mi casa, deshicieron la cama y arrojaron las sábanas y las mantas por las ventanas. Pero yo procuré dominarme. Ella, mi inspiración, era así, y al final, como tantas otras veces, no se lo tuve en cuenta.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Sidney Bechet - Blues my naughty sweetie gives to me (https://www.youtube.com/watch?v=L6MNx_WvY4E)

(Foto: cortesía de Olvido Marvao)