8 de septiembre de 2015



La amaba. Así de simple. Una tarde se subió al automóvil esbozando una pícara sonrisa y cogí la cámara. Le hice la única fotografía que conservo de ella, la que después miraría ensimismado durante horas y horas esperando el siguiente encuentro. Recuerdo la preocupación que generé en mis padres, que me veían abstraído pululando por casa como un alma en pena. Y yo les dije, para salir del paso, lo primero que se me ocurrió, que tenía el síndrome de Stendhal. No preví las consecuencias, porque se asustaron tanto con el nombre que pensaron que aquello era algo grave, lo que me llevó a conocer a los mejores psicólogos de Filadelfia. Pero esa es otra historia. Ahora, que han pasado algo más de cuarenta años de aquello, aún conservo ese vestigio arrugado con un agujero en forma de corazón. Sin embargo, por mucho que lo intento, soy incapaz de recordar su rostro, como tampoco logro acordarme donde iría a parar el trozo faltante.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Boswell Sisters - Everybody loves my baby.