18 de octubre de 2016




Una vez más, ese sentimiento de angustia, que tantos desvelos nos generaba en las noches previas a un nuevo desembarco, volvió a surgir aquel amanecer cuando, tras el toque de diana, nos apresuramos a formar en cubierta. Y allí, erguidos, escuchábamos otra vez el vehemente discurso del capitán quien, exagerando sus gesticulaciones, volvía a hablar sobre el glorioso destino que nos aguardaba en la orilla. Aún recuerdo los temblores, y los sudores fríos que sentíamos al descender a los botes, y la inquietud que paulatinamente se transformaba en miedo al aproximarnos a la playa. Volvíamos a enfrentarnos otra vez al horror. Pero no al del derramamiento de sangre, al de los cuerpos desmembrados, al de los gritos de dolor. Sino al horror de la vergüenza que sentíamos ante todas aquellas distinguidas damas que disimulaban sus risitas tapándose con sus parasoles, las chanzas de los señoritos trajeados, las miradas de los viejos que no daban crédito a lo que veían desde el paseo de la playa o las burlas de los niños en la arena mientras portábamos en brazos a los oficiales que no querían estropear sus uniformes porque era su día de permiso.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Fred Bird & the Salon Symphonie Jazzband - Stampede.