18 de noviembre de 2016



A medida que se acercaba el momento mi corazón se aceleraba. Estaba a punto de hacerse realidad lo que tanto había perseguido tras una vida dedicada a la investigación y que tantas noches me hizo pasar en vela. Un hito, pensaba, que podría significar un paso importante para la ciencia. Con ese constante cosquilleo en el vientre, mi cabeza disparaba pensamientos como una ametralladora durante mi espera que, según pasaban los minutos, se me hacía cada vez más eterna. Y aún así, entre pensamiento y pensamiento, volvía a la realidad, hasta que en un momento dado, ahí, en mi puesto, oí un ruido. Impaciente, nervioso, con las manos temblorosas, cogí la cámara fotográfica y puse en marcha el magnetofón. Y aparecieron. No mostraron recelos cuando me vieron. Me acerqué, despacio, y comencé a hablar, despacio. Ellos me respondieron, también despacio. Pero mi agitación llegó al culmen cuando nos dimos la mano. Había conseguido el tan ansiado contacto. Luego ellos se fueron, como si no hubiera pasado nada. Y fue en ese instante cuando caí en cuenta que no vi su nave. Ni tan siquiera la oí. Y me asaltó una duda que, después de tantos años, aún me sigue rondando en la cabeza: ¿como llegaron hasta aquí, la Tierra?

· Fondo musical para acompañar la lectura: György Ligeti - Lux aeterna (1966)