18 de noviembre de 2016



A medida que se acercaba el momento mi corazón se aceleraba. Estaba a punto de hacerse realidad lo que tanto había perseguido tras una vida dedicada a la investigación y que tantas noches me hizo pasar en vela. Un hito, pensaba, que podría significar un paso importante para la ciencia. Con ese constante cosquilleo en el vientre, mi cabeza disparaba pensamientos como una ametralladora durante mi espera que, según pasaban los minutos, se me hacía cada vez más eterna. Y aún así, entre pensamiento y pensamiento, volvía a la realidad, hasta que en un momento dado, ahí, en mi puesto, oí un ruido. Impaciente, nervioso, con las manos temblorosas, cogí la cámara fotográfica y puse en marcha el magnetofón. Y aparecieron. No mostraron recelos cuando me vieron. Me acerqué, despacio, y comencé a hablar, despacio. Ellos me respondieron, también despacio. Pero mi agitación llegó al culmen cuando nos dimos la mano. Había conseguido el tan ansiado contacto. Luego ellos se fueron, como si no hubiera pasado nada. Y fue en ese instante cuando caí en cuenta que no vi su nave. Ni tan siquiera la oí. Y me asaltó una duda que, después de tantos años, aún me sigue rondando en la cabeza: ¿como llegaron hasta aquí, la Tierra?

· Fondo musical para acompañar la lectura: György Ligeti - Lux aeterna (1966)

11 de noviembre de 2016




Aún no he visto el límite, el final, la meta. Tampoco obstáculos que detengan mi paso a lo largo de este espacio infinito que atravieso en un viaje en el que todavía no sé qué encontraré. Ni siquiera sé si existe un camino de regreso, si me quedaré en la evanescencia en la que me he hallo. Es extraño. También excitante, sobre todo en aquellos instantes cuando me asomo por algunos resquicios que aparecen durante mi itinerario y veo figuras en la penumbra, siluetas a contraluz, sentadas todas ellas, quietas, observándome, casi sin pestañear. Pero no me detengo mucho tiempo y sigo. Sé que he llevado mi investigación hasta el extremo. Quizá un extremo absurdo, sin sentido. Ideas que pronto se solapan con ese sentimiento de que estoy cada vez más cerca de hallar la esencia. Incluso a veces creo que me he convertido en parte de esa esencia. La esencia de la imagen.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Vangelis - Entends-tu les chiens aboyer?

4 de noviembre de 2016



Hubo un momento en que la situación llegó al límite de la locura. El bloqueo creativo que sufría me llevó a acumular frases sin sentido, párrafos sueltos que al final no iban a ningún lado, palabras en las que por unos instantes creí hallar una idea de partida pero que luego acababa desechando. Había ratos en que, sentado ante la máquina de escribir, mirando al techo con las manos puestas sobre la nuca y con la silla inclinada levemente hacia atrás, pensaba que quizá tampoco era importante porque el mundo seguiría girando y nadie se acordaría de mi acto supremo. Y entraba en una especie de duermevela en el que me dejaba llevar por mi imaginación, hasta que el celador golpeaba la puerta de mi habitación para traerme la cena. Y entonces, de vuelta a la realidad, me decía que sería imposible reproducir todo aquello que viví como acusado mientras observaba por mi ventana al fiscal, a los abogados y al juez como se divertían en el jardín del sanatorio mental donde nos recluyeron a todos. · Fondo musical para acompañar la lectura: Paul Whiteman - An orange grove in California