24 de marzo de 2017



Aquel fue uno de esos momentos de una gran intensidad emocional porque a pesar de la circunstancias, ahí estábamos, enfrentándonos a los contratiempos que la vida nos deparaba y que de manera inconsciente las asumíamos porque mamá, a pesar de todo, ahí estaba, en pie de guerra, fuerte, erguida, enérgica, protectora, haciendo frente a las dificultades que desestabilizaban nuestro equilibrio familiar. Yo era un niño y apenas pude oír lo que ella hablaba porque, a su manera, lo hacía de forma disimulada para que mi hermana y yo no nos enterásemos de que las cosas no iban bien. Recuerdo que intenté como pude arrimar mi oreja para escuchar lo que sucedía, pero el espacio era muy reducido y el sonido procedente del auricular ininteligible, y ella, además, hacía todo lo posible por hablar en voz baja. Sé que quería evitar que aquello no nos afectara. Y aún así pude ver las muecas que dibujaba su rostro haciéndome intuir que la situación era muy delicada. Ella no nos dijo nada. Pero tampoco me importó, porque tenía la sensación de que los tres formábamos un grupo compacto dispuesto a desafiar cuantas adversidades se cruzasen en nuestro camino.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Samuel Barber – Adagio for strings