13 de marzo de 2017



Hubo un momento en que la situación en la imprenta se volvió insostenible durante aquel cálido verano de 1952, acrecentándose nuestra irritación según pasaban los días porque las diversas medidas que se habían tomado resultaron un fracaso. Incluso Ulrich Wörner, el oficial de primera y representante del sindicato, había puesto en conocimiento de la junta directiva nuestra desesperación, demandando una solución a las indignantes condiciones que teníamos que soportar a lo largo de la jornada laboral. Hasta que el hijo del patrón, que había estudiado leyes en la universidad de Köln y que en ese período hacía prácticas en el departamento de recursos humanos, tuvo una feliz idea para mitigar el hedor de los sobacos, cada vez más insoportable por la nula ventilación de la nave. Idea que el padre recibió sin disimular el orgullo que sentía por su vástago. Pero las paradas de cinco minutos por cada hora de trabajo tan solo sirvieron para que desarrolláramos un poco más de músculo, porque el azar quiso que el extractor estuviese averiado mientras duró la ola de calor.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Friedel Hensch un die Cyprys – Die försterlieserl